Latijns-Amerika magazine.
Foto: David Torres Delgado - Zona de paz en la Vereda Las Colinas, departamento del Guaviare, Colombia.

Los rostros detrás del conflicto armado Colombiano: “Regáleme 100 pesos para un bombón”

12-06-2018 door Daniela Tocarruncho Hernández

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En esta serie Daniela Tocarruncho Hernández comparte fragmentos de las historias de vida relatadas por diferentes actores del conflicto armado colombiano, para con ello dar una entrada a reconocer las causas y consecuencias de un conflicto que ha afectado a toda la sociedad de forma directa e indirecta. Estas han sido contadas en medio de escenarios dispuestos para avanzar en los diversos retos a los que se enfrenta hoy la sociedad colombiana en un marco de paz y reconciliación. 

Dayana, nació en San José del Guaviare – Colombia, muy cerca de lo que para ese momento era la Zona Veredal de Colina en 2016, donde nos contó un segmento de su historia. Su madre se desentendió de ella desde muy temprana edad, se la pasaba de casa en casa, sin ningún paradero fijo. Intentaba ir a la escuela algunas veces, pero nadie estaba pendiente de ella, así que a la edad de 12 años no sabía ni leer ni escribir. Para ese entonces corría el año 1996 o 1995, no recuerda con exactitud, lo que sí sabe es que por ese tiempo llegó a la ciudad de Ibagué a la casa de una tía lejana, a quien apoda ‘la malvada’, ella la cogió de sirvienta “como siempre termina y le pasa a todas.”

Dayana empezó a trabajar en lo que salía, y en esas conoció a una señora que tenía una empresa de arquitectura, “como de dibujar edificios y eso”, quien le dio trabajo y parecía querer ayudarla cuando ya casi cumplía los 13 años, pero ‘la malvada’ no la dejaba ir, amenazando con ponerle una denuncia por darle trabajo a menores de edad. En esos días la mamá empezó a llamarla, diciendo que se la iba a robar para darle la vida que no había podido ofrecerle antes, pero para ella solo era “la carreta de siempre, como la de los políticos”. Por eso, decidió escaparse de la casa de la tía, pero “yo ya teniendo 13 años no sabía ni leer, ni escribir, yo no sabía ni cómo presentarme a una persona, ósea, yo no sabía ni los días, ni qué era invierno, ni qué era verano, no sabía nada de eso”. Así que terminó de nuevo en las manos de su mamá.

Llegaron a Guana Palo, donde las FARC hacían presencia, Dayana tenía una mala referencia de ellos, porque “siempre escuchaba la propaganda que decía “se busca: Petro Antonio Marín, Mono Jojoi”, como si fueran delincuentes”. Por eso no se acercaba a ellos, pero cuando empezaron a llegar al caserío muy bien vestidos, su concepto cambio y pensaba diferente, siendo una niña sin ningún tipo de educación pensó: “hombre, pues yo me voy para las FARC, consigo plata, mejor dicho, me vuelvo una dura y después vengo a ayudar a mi mamá y a una amiga que quiero mucho, Diana se llamaba ella.”

Con esas expectativas en la cabeza inicia sus acercamientos al macero (así llaman a la persona que se hace cargo de la entrada de nuevas personas, entre otras cosas), asegurándole que tiene toda la intención de ingresar a la FARC.

– Macero: Usted esta muy pequeña, usted es una niña, usted es una bebe, usted no puede ingresar a las FARC

–  Dayana: ¡No!, me voy para la guerrilla, o ¿qué quiere, que me vaya para los paramilitares? 

–  Macero: -Se soba la cabeza- ¡Ayyyy esta niña! 

–  Dayana: Usted mirara, me lleva o qué? 

–  Macero: Bueno pelada está bien, entonces vámonos.” Eso recuerda Dayana de la conversación, quien afirma que fue más larga, lo que sí recuerda con precisión es lo ocurrido a continuación. 

“Me acuerdo tanto que yo estaba con una cosita, unos chorsitos. Entonces lo que yo hice fue entrar a la pieza, quitarme esa ropa y ponerme ropa de mi mamá, hacerme unos nudos aquí, unos nudos allá y ponerme bracierotes de mi mamá. Me salí afuera y mi mamá estaba en la mecedora, me llamó y me dijo: mire yo no creo que usted debería irse para ningún lado Dayana, yo no quiero que sea paramilitar, ni del ejército, ni de las FARC, yo no quiero que coja ningún camino de esos. Entonces yo le dije: no mamita, yo no me voy para ningún lado, regáleme 100 pesos para un bombón, y mi mamá me dijo: bueno esta bien. Y yo arranqué, como arranqué yo, también arrancó el carro y me llevo. Y ahí me fui con ellos”.

Después de un tiempo, llegaron a Charras donde operaba el frente 44, con ella ingresaron 5 o 6 milicianos más quienes tampoco estaban ahí por obligación. Para Dayana era un triunfo haber logrado ingresar gracias a lo que ella llamó un chantaje, sin embargo, aún no era consciente de las consecuencias de su decisión, fueron dos hechos los que trazaron el inicio de una nueva etapa en su vida. Primero, al bajarse del carro vio que estaban varios niños haciendo una fila porque se acercaba la navidad; narra: “corrí a hacer mi cola cuando estaban repartiendo regalos, y si yo hice mi cola pues me corresponde mi regalo, pensé, cuando un guerrillero me dice: salga de ahí y yo: ¿por qué? Me dijo: “Usted ya no es una niña, es una guerrillera y las guerrilleras no pueden recibir regalo”, entonces yo me corrí.”

Foto: David Torres Delgado – Zona de paz en la Vereda Las Colinas, departamento del Guaviare, Colombia.

 

En vez de hacer fila por regalo, la sentaron frente a frente con un guerrillero que empezó a explicarle el reglamento, “en las FARC no se pueden tener hijos, tiene que ranchar, tiene que pagar guardia, tiene que trabajar y lo más primordial, tiene que cumplir órdenes, si usted no le hacía caso a su mamá aquí si le toca cumplir órdenes. Entonces yo le dije: no, no, hágale, yo ingreso, yo hago lo que me toqué, yo cocino, yo pago guardia, ¡todo!”. Ella recuerda que un señor lisiado la llamó e intento convencerla para que lo pensará mejor, sin embargo, no logró conversarla, ella estaba terca en irse para las FARC.

El reglamento estaba condensado en un folleto, le asignaron un compañero antiguo para explicarle lo que decía ahí. Estaba dividido en tres partes:

“El estatuto, que es donde se habla de lo político y la ideología nuestra, lo segundo es la jerarquía y la disciplina nuestra, que nadie pasa por encima de ella, y tercero, es el régimen, lo habitual del campamento, ósea la vida nuestra lo del campamento. (…) Ahí dice: no matar, no violar, no abusar, no engañar a sus compañeros, no tratarlos mal, no abusar de la población civil. (…) No podía ser grosera, no podía ser chismosa, porque que cosa que en las FARC odien que un chismoso, o un ladrón, o un traidor. Decía el camarada Manuel que el perdonaba cualquier cosa, menos un traidor, y siempre me acuerdo cuando él nos daba las charlas y decía: perdono cualquier cosa menos un traidor, porque no tienen ningún horizonte, no tiene norte, no tiene nada.”

Después de explicado el reglamento, ingresó al frente 44 y se encontró con una segunda situación que sí la hizo repensar su decisión. Al igual que en todos los frentes no estaba permitido que las niñas tuvieran piojos, las que tenían eran rapadas, ella estuvo tranquila con eso los primeros días, porque reconoce que su mamá, a pesar de ser mala madre, intentaba mantenerla limpia. Pero unos días después, ya estaba cundida, así que una guerrillera le ayudo, le hizo un peluqueado de hongo, que estaba de moda, y le sacó los piojos, pero aún quedaban liendres. Días después, les hicieron una revisión y como sólo tenía liendres el encargado le dio 15 días para quitarse todo y le asignó a una guerrillera antigua para que le enseñara qué hacer para quedar sin nada.

“El método de ella era: nos peinó, cogió papel y me echó creolina con ACPM en el cabello, me sacaba para una platanera y me seguía peinando. Ella me dijo: “usted no tiene piojos, pero tiene liendras y nos toca limpiarla para decirle al comandante que usted esta limpia y que no la podemos calvear.”

Desde ese día, se sentaron todas las tardes en la platanera para quitarle todo lo que tenía, hasta que quedó limpia y no la calvearon, pero Dayana recuerda: “yo me imaginaba calva, ¡no, no, no, donde me hubieran dicho que, si me daban piojos me calveavan, yo no entraba, yo me devuelvo, seguro que sí.”

Classroom bloggers

En la serie ‘classroom bloggers’ estudiantes de Hugo Ramírez escriben como parte de un Semillero de Investigación. El Semillero de Construcción Social de las Fronteras de la Universidad del Rosario es un espacio académico de construcción conjunta con los estudiantes, en los que se debaten e investigan desde el plano empírico, distintas preguntas relacionadas con los reveses, territorios y fronteras de la nación colombiana.

Daniela Tocarruncho, quien se encarga de transmitir de forma escrita los relatos, es estudiante de Ciencia Política y Gobierno con mención en Sociología de la Universidad del Rosario e integrante del semillero Construcción Social de las Fronteras  (CSF ) de la misma universidad. Angie Carolina Ávila, quien ilustra las historias relatadas, es estudiante de Artes Visuales de la Pontificia Universidad Javeriana. 

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